viernes, 22 de mayo de 2009

vivo el rock y me voy a morir asi...


Luca
como una canción
que zumba en el viento del corazón
Luca
fuelle tano que
respirando pampas se aporteño
Luca...
Solitario amor
con su ley
de ausencias
no, no te pongas azul
y ahora quien sirve el "vermú"
en tu subte línea "D"
de San Telmo a Chajari
De ojotas al bar
y del bar al cielo
no, no te pongas azul
no, no me pongas azul
De ojotas al bar
y del bar al suelo
Luca
en el viento
en el viento.
"Vuelve ternura, vuelve para quedarte, sos mi luz interior, no te escondas, brilla tu luz sobre mi"
MENTIRA,MENTIRA! A DONDE TE FUISTE?

martes, 19 de mayo de 2009

la navaja...

Una y otra vez paso la hoja,
gastada ya, sobre la piedra.
Mientras una idea fija nubla mis ideas
Una y otra vez sin otra causa,
más que una causa vieja de desdicha
Se mueve ante mis ojos que se han ido
buscando en el reflejo de aquel filo
tal vez una pequeña ilusión quizás perdida
La hoja que no es más que simple hierro
quizás de alquimia rara endurecida,
la misma que se afila y pierde el filo,
se gasta ante mis ojos que se han muerto
La hoja que me alumbra con un brillo
tal vez de un sol que nunca he visto,
o un simple brillo no más de simple acero,
quizas de alquimia rara endurecido.
Se gasta en entre las yemas de mis dedos
con muda queja de dolor, como de olvido
Se gasta en pos del filo que persigo
igual que la ilusión que nunca alcanzo
igual que la ilusión que ya he perdido
La gasto entre mis manos sin piedad,
igual gaste mi vida buscando un bravo filo
cortador que me salvara.
Pero los años lo mellaron poco a poco
y el mismo tiempo lo ha esgrimido en contra mía!
También perdío lo duro de aquel temple
que fuera otrora la bandera de mi vida,
y de a poco se gastó...
igual que mi navaja con los años.
La diferencia de la navaja con mi vida,
es que hoy: aunque raspando
lo queda de su hoja en una piedra
es muy posible que aparezca todavía
una pequeña ilusión de bravo filo.

martes, 12 de mayo de 2009

pipa vs habanos

Una pipa nace del racimo agnóstico. Un deseo que estimula la misma prohibición.
A lo lejos un habano repliega su torso para inclinarse. La pipa absorbe el tabaco. ¿Por qué prohiben la elección?. Lo mismo pregunta el habano, que ahora esgrime una sonrisa. La complicidad trae bajo sus pies a un universo de adversidades. Prohibir Elección, significa prohibir pensar. Ahora la pipa que distraída de su embriagante aroma, pretende alzarce sobre un habano presuntuoso y caribeño.
Sí, la pipa indica que pensamientos y relajación alternan en un bien común. El habano continua transitando, en lúdicos movimientos,sobre las palabras aun sin sostener el mensaje de la pipa. Es el tiempo de librar esas imágenes que la historia nos muestra con magnifica aventura. El habano continua moviendo su rústico envoltorio, incitando a la pipa. ¡Basta!. La pipa libera de su aireada boca los nombres de: Sarte, Einstein, Freud, Graham Bell, Faulkner, Battista, Felguerez, Casals, Miller, Van Gogh, Simenom, Russell, Hemingway, Ford, Picasso, Baudelaire, Newton, Twain, Da Vinci, Amundsen, y otros tantos que recorren cada línea de nuestras vidas. El habano repliega su mirada, conecta su paso hacia la retirada y plasma en su huella el sabor a la envidia. Ahora la pipa infla su cuello y se relaja. En la solitaria estadía queda a la espera, de su próximo hombre.

dulce filo de mi suerte...

Sé que me iré, lejos me iré
a entreverarme en los humos.
Quien sabe allí enterraré
sus negros besos verdugos.

Sé que el Señor sabe por qué
se ensuciaron mis manos.
Si al disparar sólo vengué
a un corazón destrozado.

Dulce bala de la muerte.
Dulce bala de mi suerte.

Sé que le dí, todo le dí.
Fue mi fuego sagrado.
Pero su risa de hacha afiló
en el cadalzo, esta ira.

Sé que me iré, lejos me iré
a entreverarme en los humos.
Quien sabe allí enterraré
sus negros besos verdugos.

Dulce filo de la muerte.
Dulce filo de mi suert

domingo, 10 de mayo de 2009

mi primera pipa

Mi primer encuentro con la pipa, qué lejano momento. Era la época ingenua y triste de mi vida, la de mi juventud atormentada, la de la Argentina en blanco y negro. Entonces vivía en Salta, una ciudad pueblerina y gris, tan triste como el resto de la tierra maldita. Había visto algunas pipas en el cine, humeando en las bocas de los actores de Hollywood que representaban las vidas de resueltos abogados, escritores encumbrados, reconocidos médicos y empresarios acaudalados, todos ellos acomodados y felices, a pesar del gris con que el celuloide los teñía. Tan inalcanzable me parecían sus vidas como sus pipas. En mi ciudad nadie fumaba en pipa, al menos yo nunca lo había visto.


Hasta una noche, tan fría como las noches más frías de la Patagonia. Había en Salta unlocal llamado “Cervecería La Plata”, aunque nadie lo llamaba así (siendo ese el nombre que lucía sobre la puerta en bellas letras góticas, curiosamente doradas, no plateadas) sino el “bar de Cafrune”. Cafrune era el dueño, un individuo pequeño y encorvado, de cejas espesas, que arrastraba los pies al andar y apenas mostraba el cráneo mondo por encima de la altísima barra del establecimiento cuando atendía a sus clientes. El bar de Cafrune se distinguía de los otros porque transgredía la ley, en una época en la que nadie osaba burlar las ordenanzas municipales que regían la vida de los Salteños. Era el único local que se mantenía abierto toda la noche. No abierto, la puerta se cerraba a la hora ordenada, pero su interior bullía de clientes intempestivos y variopintos, señoritos sin paradero fijo, truhanes, prostitutas, insomnes amargados, algún estudiante y no pocos párrocos de pueblo. Había que llamar con golpes rítmicos, en una secuencia sabida por todos los animales noctámbulos de la ciudad que formaban la contraseña sin la cual el viejo Cafrune no abría la puerta por mucho que la aporrearan. Yo visitaba el local las noches de los sábados, después de recorrer los prostíbulos del Alto de la Villa, casi al amanecer, para comer uno de los afamados platos de habas con oreja de cerdo.


Aquella noche, casi tan fría como las frías noches de la tundra siberiana, llamé a la puerta del bar de Cafrune con el toque ritual y casi al instante la puerta se abrió. Yo estaba hambriento, después de una noche de putas y algaradas, de vino y canciones ásperas. Sólo quedaba una mesa libre. Nada más sentarme, Cafrune depositó ante mí un humeante plato de habichuelas que devoré en pocos minutos. Al terminar saqué un cigarrillo y lo encendí.

-Esa porquería te matará- la voz venía de la mesa de al lado.

Miré a mi izquierda y me fijé en el hombre que había pronunciado aquellas palabras. Su aspecto era tan estrafalario que me extrañó no haberme percatado antes de su presencia. Vestía un chaquetón de paño basto y oscuro y cubría su cabeza con una gorra de marinero raída y brillante por la mugre. Un marinero en salta, cosa extraña, tan lejos del mar. La expresión de su rostro hubiera sido siniestra de no ser por la máscara de infinita tristeza que la cubría. Ante él, una botella de ginebra y un vaso con una extraña cucharilla encima. Sin mirarme siquiera puso dos terrones de azúcar sobre la cucharilla, vertió el líquido incoloro sobre el azúcar y le prendió fuego con un mechero de gasolina que sacó de uno de los bolsillos del chaquetón. El alcohol ardió con llama azulada durante un par de minutos y el azúcar licuado fue cayendo al fondo. Después colmó el vaso con el líquido verde de la botella y lo bebió de un trago. Entonces me miró.

-¿Quieres un trago? Le llaman el licor del diablo- me advirtió.

No le contesté, pero él ya había alzado la mano hacia Cafrune que acudió presuroso con otro vaso. El marinero me invitó a sentarme a su lado con un gesto y empujó hacía mi la botella, el vaso y la extraña cuchara. Había algo en aquel hombre que me subyugaba. Me senté en su mesa y comencé la ceremonia de la Ginebra tal cómo la había visto hacer un momento antes. Cuando volqué el líquido caliente en mi boca sentí en la garganta el fuego del licor del infierno. Aguanté como pude, tratando de no demostrar el daño que sufría. El hombre hizo una mueca que quizás quería ser una sonrisa.

Entonces metió la mano en uno de los bolsillos interiores de su tabardo de marinero y extrajo un objeto que en un principio me pareció un revólver. Era una pipa, una cachimba grande y curva, tan ajada que la madera había perdido el hermoso color del brezo y parecía negra. Sacó también una bolsa de cuero, metió en ella la cazoleta de la pipa y la cargó de picadura de tabaco. Cuando la encendió, una nube blanca ascendió hacia el techo y un aroma penetrante y acre inundó el antro atestado de gente.

Durante la hora siguiente continuó fumando mientras hablaba de mares remotos, de lugares donde la vida de un hombre valía menos que la navaja con que lo rajaban, de islas tan perdidas que parecía que sólo él las había visto. Pero no se dirigía a mí, ni siquiera parecía darse cuenta de que aún estaba a su lado. Hablaba a alguien lejano, inexistente. Llenaba su vaso de ginebra y acercaba la botella al mío para que yo hiciera lo mismo. Yo lo miraba extasiado. En sus manos, la pipa parecía una parte de sí mismo. Subía a la boca y bajaba a la mesa rítmicamente, como a golpes de remo. Delante de su cara siempre había una nube de humo. Era a esa nube a quien dirigía su relato, que más bien parecía una lamentación.

Los últimos clientes del barsucho se marcharon cuando la claridad del día comenzó a perfilar el rectángulo gris de la ventana. El hombre había terminado su pipa, dio unos golpecitos sobre el mármol de la mesa para vaciarla. Se levantó y se dirigió a la puerta.Agarre la pipa y la bolsa de cuero con el tabaco para advertirle de que las olvidaba, pero él se volvió desde la puerta y me dijo:

-Guárdala, muchacho. No la necesitaré en el lugar a donde voy. Y tira esos cigarrillos, son una porquería.

Desapareció entre la bruma helada y nunca más volví a verlo.

Todavía conservo aquella pipa. La limpié con cuidado, lijé la madera con suavidad hasta que la veta volvió a brotar, pulí la boquilla y la enceré por completo. Aparecieron una palabras: Peterson’s Dublin, Made in Ireland, y unas iniciales grabadas toscamente con la punta de una navaja, M.A.R.

No he sabido nunca quien era aquel hombre ni de donde venía. El relato de sus andanzas no me aportó nada sobre su identidad. Unos días después corrió por la ciudad el rumor de que un hombre, estrafalario y sucio, seguramente un mendigo al que nadie conocía, se había ahorcado en uno de los árboles del parque. Pregunté en la municipalidad donde habían puesto los restos de aquel hombre. En la fosa común del cementerio, me dijeron. Una fría mañana, tan fría como las mañanas de las costas heladas de Groenlandia, visité el cementerio. Puse sobre la plancha de cemento que ocultaba los restos de los olvidados una botella de ginebra y dos vasos y los llené hasta el borde. Después cargué mi pipa y la prendí. ¿Quién será M.A.R.?, le pregunté a la columna de humo que escapaba hacia el cielo.

martes, 5 de mayo de 2009

Peregrinación hippie a la Quebrada de Humahuac

Me cago en el turismo

¿Pensaba usted en unas vacaciones en familia, gasoleras y tranquilas? Pues quédese en su casa. Últimamente se ha puesto de moda entre la juventud de todo el país trasladarse a los otrora tranquilos pueblos vallistos, donde tienen vía libre para intoxicarse con todas las drogas conocidas, y de paso hacer un “viaje” comiendo los ancestrales hongos alucinógenos que allí abundan.

El resultado es una marea de pseudo-hippies de bamboleante paso e inentendible habla, que recuerdan a los zombies centroamericanos, aunque un poco más coloridos en su vestimenta. La mayoría de ellos se encuentran tendidos horizontalmente en cualquier parte, y hay que tener cuidado de no tropezarse, ya que la abundante suciedad y diversa fauna que arrastran los camufla con el suelo. La manera más facil de detectarlos es mediante el olfato, así que si usted siente un olor raro, directamente pegue un brinco, porque si sigue caminando mientras se pregunta por las cloacas, seguro se va a llevar uno por delante, contagíandose vaya a saber qué hongo en los pies.

Si usted añora el trato que en otro tiempo se recibía de la humilde gente de los pueblos originarios, vaya sabiendo que ahora lo tratarán como a un indeseable colonizador, por lo que lo mirarán con su peor cara y le cerrarán las puertas de sus lugares. Esto es consecuencia del comportamiento observado en la gran mayoría de “turistas” que copan los valles año a año, que gustan de burlarse de la gente del lugar, ensuciar todo, llevar sus malos hábitos ciudadanos y acabar con la milenaria cultura que tanto enorgullece a los vallistos.

De tener mucha suerte, usted conseguirá alojarse en algún piringundín de cuarta, regenteado por otro pseudo-hippie que fue expulsado de alguna gran ciudad, seguramente por su poca afición al trabajo. Allí, por un módico precio digno de un hotel de 4 o 5 estrellas, usted podrá descansar en añejos y vencidos colchones, cubriéndose con transparentes y pelusientas sábanas, todo ello en la agradable compañía de vinchucas y cucarachas.

A la hora de comer, tampoco piense en comida regional. Ya hemos dicho que no lo dejarán entrar a los negocios de la gente del lugar, por lo que tendrá que conformarse gastando el aguinaldo en pobres e insípidos tamales (rellenos con sobras de carne vieja) o en un singular puchero de cogote de llama, en algún restaurante donde cocinan y atienden sus dueños ( porteños ).

De seguro los vallistos originarios nos van a agradecer esta nota, y le agradecerán a usted también si cambia de idea respecto a sus vacaciones. Desde que la Quebrada de Humahuaca fue declarada “Patrimonio de la Humanidad”, sus pueblos se han visto alienados y sofocados por esta ola de turismo e inversiones. Cuánto quisieran ellos, y cuánto quisiéramos nosotros, que todo volviera a ser como antes.♦