jueves, 26 de febrero de 2009

El Espejo


Se levantó temprano. El sol parecía haber quedado atrapado en el horizonte y sus destellos aún no se adivinaban en la pampa. Fue decidido hasta el galpón con la escopeta en su mano, mientras acomodaba la boina en su cabeza. Se dirigió en línea recta hasta la esquina derecha, montó el arma, apuntó unos segundos y cuando estaba seguro que daría en el blanco, aflojó el martillo suavemente, dio media vuelta y salió diciendo:-Te puedo matar cuando quiera… ¡Cuando yo quiera!Se alejó. Las brasas de la noche aún tenían suficiente calor como para calentar la pava. Después de unos mates la idea seguía fija en su cabeza. Buscó de nuevo la escopeta que había dejado al lado de la puerta, se dirigió otra vez al galpón y caminó hasta el mismo lugar. Sobre la inmensidad del campo, el sol alumbrara ahora con tenue luz. Parado allí volvió a amartillar y apuntó a la silueta oscura que le devolvía un espejo viejo y sucio.Hacía siete años que Josefa, su finada mujer, le había encargado sacar ese espejo de la pieza porque decía que tenía algo que no le gustaba: “Ese espejo tiene un mal, yo no lo quiere dentro de esta casa”.Él lo había comprado en el remate de Juana Sosa, la viuda, que supo tener fama de bruja y curandera. Es que el lote estaba a buen precio y además del espejo había una escopeta del 20 y alguna que otra chuchería. Josefa apareció una mañana, fría y dura de muerte, a su lado en la cama. Desde ese mismo día el espejo, de marco oscuro y pesado, se llenaba de mugre dentro del galpón.-¡Te puedo matar cuando yo quiera! –repitió- ¡Hoy te voy a matar! ¡Hoy…!Apuntaba temblando hacia el espejo. De golpe un pensamiento diferente llenó su ser y en un movimiento incomprensible y ágil, se agachó, afirmó la culata en el suelo, abrió la boca por donde entró el caño y con algo de dificultad, empujó el gatillo.

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