lunes, 2 de marzo de 2009

LA MURGA DE LA VIRGENCITA

Una virgen vestida de negro, tambaleando en sus tacones, junto a un camino sin dirección, sin rumbo alguno, sin fin. Los coches van y vienen mientras se ilusiona con cada luz que se refleja en sus ojos brillantes y húmedos y en sus labios rojos de boca seca.
Su murga es sombría, oscura, infinita, su comparsa siempre es cruel, de aquellas crueldades que no caben en una palabra, en un pensamiento, en una mente, en un suspiro, en un llanto.
Se empolva para ahogar la angustia, el terror, el dolor que se derrite tras cada billete. Se maquilla la piel para aquel tren fantasma, para el túnel de amor que de amor nada tiene, que de camas cálidas desconoce, viviendo de ilusiones y soñando con que su rollo sea película de amores suaves, pero es una dura pesadilla.
Su vida es un auto empañado por la neblina y su guarida aquel sofá sucio, flaco y helado, con olor a desinfectante, que eriza la piel y la hace temblar, la congela, la desintegra, la mata.
Muchas caricias y ella no besa a nadie… en esta vida dura, lo mejor es la dureza.
Si estas al costado del camino, nunca estas en él. Su ruta es de unos metros, siempre cortada por algún camino oscuro, y si se pierde en el cielo tras la sombra de alguna ilusión pasajera un golpe la trae nuevamente a la miseria.
No conoce la luz, sale en la oscuridad, pateando piedras que le caen encima. Y cuando amanece, la claridad la deforma, le quema los párpados, le resquebraja los rojos labios. Sabe que el sol cocina lento, pero sin embargo no tiene opción, no tiene nada que perder…
En aquella esquina se divisa la imagen de aquella virgen vulnerable cuya santidad ha sido violada mil veces.
Si encuentra un resguardo, es un milagro.
Milagro más, milagro menos, otra polilla en busca de la luz

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