Estamos sentados a cincuenta centímetros de distancia y yo no encuentro la forma de poder darle un beso. Ella habla de un mundo que desconozco y yo distraigo mi única posibilidad de reacción en proyectar esa reacción.
Mi silencio aturde cuando se va de nuevo y su voz consigue otra parte del relato. Mientras, no hago otra cosa que pensar en pedirle que cambie la música, mis reflejos caen a pedazos sobre la idea estúpida de que otra canción puede ser el pasaje para volar a un país que queda a cincuenta centímetros y catorce años de distancia de mi nariz.
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