martes, 3 de noviembre de 2009

RELATOS DE CAZA: LA RENGA...

El pueblito era apenas un punto perdido en la inmensidad de la pampa húmeda, donde se apretujaba un puñado de desesperanzados que bien podrían llamarse bolsa-dependientes, ya que subsistían gracias a los vaivenes inseguros de la carga y descarga de bolsas del tren cerealero, que pasaba periódicamente por la casi siempre desolada estación ferroviaria.

Llegados al caserío, la primer dificultad consistió en hallar un sitio donde dormir.

Bastó una ojeada al pueblo para descartar pretensiones de hotel, pensión, posada o algo por el estilo, por lo que nos dimos a la tarea de buscar la compasión de algún vecino que nos diera techo para guarecernos.
Gracias al único conocido, que sería nuestro guía de caza, nos contactamos con la dueña del único establecimiento comercial, el almacén de ramos generales donde se conseguía desde sal hasta una máquina para molino.

El vetusto caserón centenario mostraba su frente corroído por el paso de las inclemencias del tiempo, que había dejado al descubierto los enormes adobones amalgamados con barro.
Si así está el chassis – pensé para mis adentros – ¿como estará el motor!!!?
Entramos al umbrío y amplio local que mostraba sus despobladas estanterías descascaradas y el altísimo techo cruzaso por enormes vigas de madera desde donde colgaban largas cadenas con candiles que alguna vez funcionaron a querosene.
Una lamparilla eléctrica en el centro permitía adivinar detalles que mejor era ignorar.
Luego de las presentaciones de rigor, conocimos a nuestra anfitriona, una mujer joven que, detrás del mostrador, nos transmitió una medida cordialidad y buena disposición para permitirnos el uso de una “habitación” a cambio de una suma exagerada. A primera vista era, pobrecita, un adefesio vestido, pero al observarla a la luz era mucho peor.
Como no teníamos opciones, nos dejamos guiar dócilmente a través de un lúgubre pasillo que desembocó en la “suite”.

Mientras la seguíamos a través de las sombras comprobamos que, además, era ostensiblemente renga y de una delgadez extrema.

En cuanto al cuarto, no desentonaba en absoluto con el resto: las paredes que alguna vez estuvieron revocadas, mostraban los ladrillos corroídos por la humedad y una abertura que fue ventana aparecía tapiada por dentro haciendo más desagradable el ambiente. La puerta era apenas una abertura con un travezaño como recuerdo del marco y en el centro del recinto una cama doble sin colchón que “lucía” un elástico oxidado y deforme.

Sin opciones, desandamos el camino hasta el “viejo almacén” y nos sentamos frente a una mesa de hierro para gozar de un par de cervezas.
Desde la llegada, fue lo mejor que nos pudo pasar, ya que tuvimos tiempo de desgranar una larga charla con nuestro nuevo amigo que, a cambio de tantas malas, nos acercó algunas buenas acerca de las posibilidades de cazar algún chancho, de los que abundaban en la región.


Con su ayuda descargamos nuestros petates y por fin quedamos como dueños absolutos de la habitación, que mi compañero estrenó sentándose en el camastro para llegar con la cola hasta el suelo: tan flojo era el tejido.
La primera noche transcurrió sobre nuestras colchonetas y dentro de las bolsas, entre comentarios jocosos acerca de los avatares que acompañan a los cazadores y, no podía ser de otra manera, maldiciendo al destino que nos puso delante a la pobre cenicienta en lugar de una criatura apetecible. Cómo sería de fea que mi amigo, empedernido Diego que me dió infinitas muestras de aceptar cualquier convite “mientras esté tibio” como solía decir, debió aceptar cualquier avance como imposible.

Por otra parte, por causa que desconocíamos, el guía no las traía todas consigo. ya que mantenía una actitud evasiva y misteriosa, que solo pudimos cambiar luego de rogarle que nos contara qué pasaba
Y nos contó

Algún tiempo atrás, un desconocido que pernactó un par de noches en "nuestra" habitación, tomó la decisión de terminar con su vida y no halló mejor forma de hacerlo que colgarse del dintel que quedó de la puerta.

Lo que era apenas anecdótico, para esa gente buenaza y plagada de creencias esotéricas, el cuarto era estaba maldito y nosotros amenazados por fuerzas ignotas, por lo que, muy enfáticamente, nos pidió que lo abandonáramos. Debimos echar mano a todo nuestro poder de convicción para que por fin eccediera a segui como nuestro guía.

Los días siguientes fueron una sucesión de intentos cinegéticos que nos mantenían todo el día en el campo, aunque debo destacar que en cada regreso al resort, mi compañero,muy tibiamente por cierto, fue mudando de opinión acerca de la mujer, que como pasa generalmente cuando nos alejamos largo tiempo comenzó a verla cada vez más atractiva.
Para ser breve, no pasó demasiado tiempo hasta que el romance trajo aparejado mi desalojo de la suite, cuyo catre, posiblemente debido al influjo del alma del ahorcado, cambió súbitamente de tensión y contextura.
saludos
el hereje

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